miércoles, 23 de julio de 2014

SUCRE


A las nueve, después de un desayuno frugal, en un pequeño café, donde estuve escribiendo este cuaderno con las últimas anotaciones de las visitas de ayer, me fui a una agencia de viajes para comprar un billete de avión para ir a Sucre y otro para la Paz, la gestión fue rápida, en cuarenta y cinco minutos salía hacia el aeropuerto, tomé un taxi y en diez minutos el taxista me dijo que habíamos llegado a la terminal. Era una pequeña construcción de no más de cincuenta metros cuadrados con unos bancos  frente a las ventanas donde se veía la pista, al rato llega un avión, es un bimotor de hélices de la Fuerza Aérea Boliviana, los pilotos y la azafata son militares, traen el correo, la prensa y algunos bultos, en total somos cinco pasajeros que vamos a volar a Sucre.
Lo cierto es que no escarmiento, después de la avioneta de Perú, me subo a este cacharro para hacer un vuelo de 15 minutos, pero no me apetece volver al autobús por la pista de tierra, el vuelo se presenta movido, un pasajero se santigua y yo cruzo los dedos al oír el rugido de los motores. Despegamos y me pongo a hacer fotos desde la ventanilla, de repente el avión entra en un vacío y me di un trompazo contra el suelo que había caído más de un metro. La azafata me dice que me siente que vamos a tomar tierra.
No quiero mirar los aviones del aeropuerto de Sucre, pues seguro que me toca uno de esos cacharros para volver a la Paz.
Tomo un taxi desde el aeropuerto al hostal Colonial, en la calle Bustillos 113, es bonito, tiene un patio central que está bastante mejor que el Residencial Rosario.
He salido a dar una vuelta por la ciudad, por el centro, y me ha gustado mucho, no tiene nada que ver con lo que he visto hasta ahora en Bolivia, la ciudad es muy bonita, y hasta la gente parece distinta, los edificios son de estilo colonial, todo muy blanco y muy limpio.
Al mediodía fui a comer a un pequeño restaurante, La Plaza, se llamaba, un almuerzo, que aquí es el equivalente a nuestro menú del día, una pequeña ensalada, sopa de vegetales, muy buena, y luego un filete con puré de papas y claro no puede faltar el aguaji.
Desde el restaurante he sacado algunas fotos de la gente que pasa por el descomunal jardín de la plaza.

Después de la siesta fui a cortarme el pelo y a disfrutar de un afeitado a navaja a la antigua usanza. 

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