domingo, 26 de febrero de 2017

LHASA II



Al día siguiente fuimos a ver el monasterio de Sera, eran impresionantes las largas colas de tibetanos que con suma paciencia esperaban su turno para entrar a ofrecer sus limosnas y oraciones, la mayor parte de la gente vestía ropas tradicionales del Tíbet, los hombres con las chubas de larguísimas mangas atadas a la cintura, las mujeres con sus cabellos trenzados y ropas de vivos colores, tocadas con un delantal de finas rayas de colores, algunos llevaban las típicas botas tibetanas, confeccionadas con fieltro muy duro con gran cantidad de colores.
Al entrar estaba todo muy oscuro, la única luz del interior era una gran cantidad de lámparas de manteca de yak que ardían como ofrendas ante las imágenes que llenaban la gran sala, fuimos pasando frente a las imágenes llenas de billetes, que nadie recogía, se notaba por el polvo, el olor a la manteca fundida era muy intenso y el humo se podía cortar con un cuchillo, la gente murmuraba sus oraciones y se producía un ambiente de misticismo que envolvía a todos los presentes.



Salimos al exterior a escuchar los tambores y los címbalos en un pequeño jardín junto al monasterio, se está celebrando un acto litúrgico, preguntamos por señas si podemos entrar y hacer fotos, nos hacen gestos afirmativos, pasamos y nos colocamos en un rincón para ver la ceremonia, los lamas se sentaron en filas frente al altar donde se sitúa el lama principal, cantan una salmodia con una voz gutural profunda, todos estaban


sentados, con sus gorros de color amarillo, los monjes tibetanos reían y bromeaban en un ambiente distendido, luego apareció un personaje que lucía una gran barba blanca postiza y la cara tiznada del que todos se burlaban. Tras un rato de rezos, la multitud de fieles se desplaza tras los monjes a una zona junto a una torre de varios pisos donde se realiza una ofrenda y luego todos se marchan.
Nosotros fuimos a ver una rudimentaria imprenta que tenía el monasterio, que básicamente se dedicaba a reproducir algunos textos y banderas de oración. El monasterio se fundó en el año 1419 por el monje Jamchen Chupje Sharka, que fue discípulo de Tsong-Kapa. Al salir del monasterio de Sera, fuimos hacia el centro de la ciudad, pasamos frente al edificio del Potala y en la gran explanada que hay a sus pies, había un mercadillo de chinos que tenían de todo, una joven tibetana se acercó a Mari para venderle algo, vestía a la usanza tradicional, con un tocado de turquesas adornaban su cabeza y un sin fin de trenzas que le llegaban mas abajo de la cintura, debía soportar un gran peso para lucir todos aquellos adornos.

lunes, 20 de febrero de 2017

LHASA



Claudio vino a buscarnos para compartir el taxi para ir al monasterio de Deprung, solo nos buscaba por interés, luego se coló en el monasterio sin pagar, decía que no quería colaborar con el gobierno chino, un jeta, no volvimos a salir con él era un gorrero, que cuando tenía diarrea, nosotros le dábamos agua embotellada porque él no tenía, hasta que nos dimos cuenta que lo que no quería era comprarla, fin de la experiencia con Claudio.
El monasterio de Deprung está a unos cinco kilómetros de Lhasa hacia el oeste, atravesamos la ciudad por la avenida de Beigin, eje principal de la ciudad, pasamos por delante del Potala y junto a unas estatuas doradas que los chinos han colocado en las rotondas con su particular estilo de exaltación comunista, que por cierto son bastante ridículas.
Deprung fue fundado en el año 1416 por un monje llamado Jamyang-choe, fue discípulo de Tsong-Kapa de la orden de los Gelupa. Una de las reliquias del monasterio es una caracola que cuentan que Tsong-Kapa la desenterró y se la entregó a su discípulo, el fundador del monasterio, con el fin de que la hiciese girar en la rueda de la ley.

Dicen que en este monasterio vivieron cerca de ocho mil monjes, nosotros no vimos mas de veinte, nos llamó la atención que en uno de los patios tenían cocinas solares, donde calentaban unas grades teteras.
Visitamos el recinto y la sala de las reliquias, allí había un monje que nos sonreía sin parar con cara de felicidad.
No tuvimos ningún problema en movernos por el edificio, nos llamó la atención las letrinas, situadas en una habitación elevada con unos orificios en el suelo donde hacían sus necesidades, y caían en un bancal sitiado más abajo donde se acumulaban para su posterior utilización como abono.

Estaban restaurando el monasterio por partes, tenían unos trabajos en madera preciosos, los capiteles de las columnas de de los porches de marquetería eran una pasada.
Al terminar la visita estuvimos un rato esperando por si subía algún taxi, pero no tuvimos suerte, así que nos fuimos caminando hacia la parada del autobús, durante la bajada conocimos un monje muy simpático que por señas nos pedía hacerse una foto con nosotros y que se la mandásemos, anotó en mi cuaderno su dirección para que no olvidásemos enviarla, el monje era bajito y con una considerable joroba, aunque no parecía muy mayor, nos despedimos y continuamos bajando hacia la parada del bus.
Al llegar a la parada enseñamos nuestro papel con la dirección, enseguida se armó un pequeño revuelo, todos querían ayudarnos a llegar, nos indicaron el autobús que debíamos tomar y todos estaban pendientes de avisarnos cerca de la parada donde debíamos bajar, al hacerlo todos se despedían de nosotros con un saludo y una gran sonrisa, todo esto sin entender una sola palabra. Durante el viaje en el bus, un viejo lama sentado junto a Toni, estaba encantado con su barba, y cada vez que le tocaba la barba se partía de la risa, Toni accedía a que le tocase la barba otra vez y el lama daba una gran carcajada que nos hacía reír a todos, allí son todos bastante imberbes, y les parecía muy divertido un hombre con barba.

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sábado, 4 de febrero de 2017

LLEGAMOS A LHASA






Un poco antes de llegar a Lhasa, está Chutsu, en el cruce de carreteras que conduce al aeropuerto de la ciudad, situado a unos ochenta kilómetros del centro, aquí también se unen el Tsangpo y el Lhasa he, o río de Lhasa.
Muy cerca ya de Lhasa, Tsonam hace una parada frente a unas imágenes talladas en la piedra de la ladera de la montaña, al lado unas pintadas borradas al estilo de los viejos tiempos de la dictadura, que no entendemos pero intuimos.
El Potala aparece a lo lejos, esa imagen que había visto tantas veces en libros y revistas, ahora estaba delante de nosotros como un espejismo, pero era de verdad, estábamos en la mítica ciudad de Lhasa, en el Tíbet.


Tsonam nos lleva al hotel Yak en el barrio de Barkor, en el centro de la ciudad antigua, nos instalamos en una habitación doble con baño, el techo era una pasada, sobre las vigas tenía una especie de cañizo, donde cada caña estaba pintada de un color, repitiendo un patrón, era precioso, la cama era de madera trabajada con gran profusión de detalles de gran calidad, el baño tenia agua caliente, y el precio estaba muy bien pese a ser una de las más caras del hotel. Nuestro compañero de viaje, Claudio, se instalo en una habitación compartida de cuatro o de ocho.



Dejamos nuestras cosas y bajamos a la recepción para pedir un taxi, queríamos ir a toda prisa a las oficinas de China Southwest Airlines para cerrar el vuelo de vuelta, la chica del hotel nos apuntó en un papel una frase en chino y tibetano, por si nos perdíamos, que decía: Por favor llévenos al hotel Yak, Gracias.
Después de una larga espera, conseguimos la vuelta para el 23 de noviembre a las 9:00.

Nuestra prisa se debía a que este era el último vuelo de la temporada, y si lo perdíamos tendríamos que volver otra vez por la carretera que vinimos, con el riesgo que hubiese nieve en los puertos por donde teníamos que cruzar.
Como ya era tarde fuimos a comer al primer restaurante que vimos cerca de las oficinas de la compañía aérea. La experiencia fue total, pues la carta solo estaba en chino, por lo que tuvimos que pedir a ojo, Mari y Alicia entraron en la cocina, vieron los platos y pidieron, uno de ellos, un guiso con patatas no pudimos comerlo de lo que picaba.
Cuando estábamos comiendo entró en el local un joven monje, y el propietario no le dejó pasar, fue un momento tenso, pues le echó con malos modales, no volvimos a ningún restaurante chino en el tiempo que estuvimos el Lhasa.


Por la tarde fuimos a dar un paseo por la plaza donde estaba el templo de Jokhang, había mucha gente, los puestos del mercadillo tenían de todo, fruta, carne, frutos secos, telas, etc, cuando te cruzabas con la gente te miraban con atención y te lanzaban una sonrisa de oreja a oreja, parecía que conocíamos a todos los que se cruzaban con nosotros en la ciudad.
Fuimos a cenar con Claudio el argentino, nos llevó a un tugurio para turistas que recomendaba la guía Lonely Planet, allí se reunían los occidentales, mochileros que llegaban a Lhasa, hacían comida parecida a la occidental italo-americana, no nos gustó nada, además estaba bastante sucio, restaurante Tashi se llamaba.
Los turistas guía en mano son un fenómeno curioso, acuden todos a los mismos lugares, atraídos por los cantos de sirena de las guías, así pues aprendí dos cosas, no volver a ningún restaurante chino, y alejarnos de los tíos con una guía en la mano, con esto no quiero decir que las guías no sean útiles, pero también hay que tener algún criterio y no ir por ahí obcecado por la guía, nosotros fuimos a restaurantes tibetanos, y bueno, a probar cosas nuevas, todos tenían la carta en ingles y nos fijábamos en su estado de limpieza.