sábado, 4 de febrero de 2017

LLEGAMOS A LHASA






Un poco antes de llegar a Lhasa, está Chutsu, en el cruce de carreteras que conduce al aeropuerto de la ciudad, situado a unos ochenta kilómetros del centro, aquí también se unen el Tsangpo y el Lhasa he, o río de Lhasa.
Muy cerca ya de Lhasa, Tsonam hace una parada frente a unas imágenes talladas en la piedra de la ladera de la montaña, al lado unas pintadas borradas al estilo de los viejos tiempos de la dictadura, que no entendemos pero intuimos.
El Potala aparece a lo lejos, esa imagen que había visto tantas veces en libros y revistas, ahora estaba delante de nosotros como un espejismo, pero era de verdad, estábamos en la mítica ciudad de Lhasa, en el Tíbet.


Tsonam nos lleva al hotel Yak en el barrio de Barkor, en el centro de la ciudad antigua, nos instalamos en una habitación doble con baño, el techo era una pasada, sobre las vigas tenía una especie de cañizo, donde cada caña estaba pintada de un color, repitiendo un patrón, era precioso, la cama era de madera trabajada con gran profusión de detalles de gran calidad, el baño tenia agua caliente, y el precio estaba muy bien pese a ser una de las más caras del hotel. Nuestro compañero de viaje, Claudio, se instalo en una habitación compartida de cuatro o de ocho.



Dejamos nuestras cosas y bajamos a la recepción para pedir un taxi, queríamos ir a toda prisa a las oficinas de China Southwest Airlines para cerrar el vuelo de vuelta, la chica del hotel nos apuntó en un papel una frase en chino y tibetano, por si nos perdíamos, que decía: Por favor llévenos al hotel Yak, Gracias.
Después de una larga espera, conseguimos la vuelta para el 23 de noviembre a las 9:00.

Nuestra prisa se debía a que este era el último vuelo de la temporada, y si lo perdíamos tendríamos que volver otra vez por la carretera que vinimos, con el riesgo que hubiese nieve en los puertos por donde teníamos que cruzar.
Como ya era tarde fuimos a comer al primer restaurante que vimos cerca de las oficinas de la compañía aérea. La experiencia fue total, pues la carta solo estaba en chino, por lo que tuvimos que pedir a ojo, Mari y Alicia entraron en la cocina, vieron los platos y pidieron, uno de ellos, un guiso con patatas no pudimos comerlo de lo que picaba.
Cuando estábamos comiendo entró en el local un joven monje, y el propietario no le dejó pasar, fue un momento tenso, pues le echó con malos modales, no volvimos a ningún restaurante chino en el tiempo que estuvimos el Lhasa.


Por la tarde fuimos a dar un paseo por la plaza donde estaba el templo de Jokhang, había mucha gente, los puestos del mercadillo tenían de todo, fruta, carne, frutos secos, telas, etc, cuando te cruzabas con la gente te miraban con atención y te lanzaban una sonrisa de oreja a oreja, parecía que conocíamos a todos los que se cruzaban con nosotros en la ciudad.
Fuimos a cenar con Claudio el argentino, nos llevó a un tugurio para turistas que recomendaba la guía Lonely Planet, allí se reunían los occidentales, mochileros que llegaban a Lhasa, hacían comida parecida a la occidental italo-americana, no nos gustó nada, además estaba bastante sucio, restaurante Tashi se llamaba.
Los turistas guía en mano son un fenómeno curioso, acuden todos a los mismos lugares, atraídos por los cantos de sirena de las guías, así pues aprendí dos cosas, no volver a ningún restaurante chino, y alejarnos de los tíos con una guía en la mano, con esto no quiero decir que las guías no sean útiles, pero también hay que tener algún criterio y no ir por ahí obcecado por la guía, nosotros fuimos a restaurantes tibetanos, y bueno, a probar cosas nuevas, todos tenían la carta en ingles y nos fijábamos en su estado de limpieza.

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