Después de seis
horas llegamos al lugar donde estaba la piedra, se llamaba Cachena, y acampamos junto a una laguna, el entorno era
maravilloso, pero nosotros estábamos tan cansados que no teníamos tiempo de
apreciar el paisaje, solo podíamos pensar en dormir.
Desde Cachena fuimos a otro lugar llamado Vaqueria, era un pequeño núcleo de casas
de adobe con el techo de paja. El aspecto del valle nos inducía a pensar que el
tiempo se había detenido, que no existía tiempo, niños pequeños y personas
mayores llenos de suciedad y miseria salían al camino a vernos pasar y a pedir
unos caramelos a los gringos, casi no sabían hablar en castellano y supongo que
en aquel valle perdido, al cual solo se podía llegar a pie o a caballo, no
había escuela, ni medico, solo cuentan con los viejos hechiceros y con la coca,
la reina de las hierbas, la que todo lo calma o lo excita según haga falta.
Después de pasar Vaqueria
subimos a buscar una pista de tierra por la cual llegariarnos a Portachuelo a Jaime Miguel le duele el tobillo y le
cuesta mantener el ritmo.
Evaristo subía sin
darnos un descanso, solo podíamos convencerle de que parase sacando chocolate o
algún otro dulce, así lentamente subimos hasta Pacchapata, allí montamos nuestro reducido campamento, estábamos
otra vez por encima de los 4000m y al ponerse el sol la temperatura bajaba muy
rápidamente, por lo tanto teníamos que cenar pronto y meternos en la tienda
para protegernos de los 15 grados bajo cero que marcaba nuestro termómetro.
Al día siguiente Evaristo salió temprano con los burros, hoy viajaría solo hasta Yuracorral nosotros pretendíamos subir a algún vehículo para que Jaime pudiera recuperase evitando andar ese día cinco horas, a nosotros también nos favorecía pues así estaríamos más descansados para subir al campo base del Pisco esa misma noche.
Esperamos durante horas a que pasara algún vehículo y al fin después de seis largas horas se detuvo un camión, al trepar a la caja de madera descubrimos que en su interior había un grupo de jóvenes armados con fusiles militares y sus caras tapadas con pasamontañas, nos quedamos de piedra, pues no estaban uniformados como un ejercito regular pero no nos atrevimos a decir nada y allí compartimos vaivenes y saltos del camión con aquellos paramilitares que no dejaban de mirarnos y preguntarnos la altura a que nos encontrábamos en cada momento, les llamaba mucho la atención nuestro altímetro.
Subimos hasta el paso de Portachuelo
a 4700
m. y comenzamos a bajar, el camión debía maniobrar para tomar
las curvas en aquellas pistas de tierra, cuatro o cinco curvas fueron suficientes para que
tomásemos la decisión de bajar del camión y seguir a pie, y así lo
hicimos, descendimos los más de 1000 m. de desnivel que separaban Portachuelo de Yuracorral y al
atardecer llegamos al campamento, esa noche Evaristo nuestro arriero tomaría el
camino de vuelta a su pueblo.
Al día siguiente Evaristo salió temprano con los burros, hoy viajaría solo hasta Yuracorral nosotros pretendíamos subir a algún vehículo para que Jaime pudiera recuperase evitando andar ese día cinco horas, a nosotros también nos favorecía pues así estaríamos más descansados para subir al campo base del Pisco esa misma noche.
Esperamos durante horas a que pasara algún vehículo y al fin después de seis largas horas se detuvo un camión, al trepar a la caja de madera descubrimos que en su interior había un grupo de jóvenes armados con fusiles militares y sus caras tapadas con pasamontañas, nos quedamos de piedra, pues no estaban uniformados como un ejercito regular pero no nos atrevimos a decir nada y allí compartimos vaivenes y saltos del camión con aquellos paramilitares que no dejaban de mirarnos y preguntarnos la altura a que nos encontrábamos en cada momento, les llamaba mucho la atención nuestro altímetro.
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