Nos
despertaron sobre las cinco de la mañana, nos preparamos un té con el agua del
termo de la habitación y guardamos las ultimas cosas en la mochila, salimos al
patio, y allí estaba una chica de la
recepción para pedirnos un taxi para ir al aeropuerto, nos dice el precio
aproximado para que el taxista no nos engañe, allí todos los taxistas son Han,
y los tibetanos no se fían de ellos, le dimos una propina y salimos a la calle,
hace un frío terrible, cargamos las cosas y subimos al taxi.
El
aeropuerto está a 65km por una carretera bastante mala, nuestro vuelo sale a
las 9:50h, y tenemos que estar allí dos horas antes, así pues salimos en plena
noche, dentro del taxi hace más frío que fuera, llevamos los anoraks de pluma y
estamos tiesos.
Hay
luna y se pueden ver las siluetas de las montañas, cuando el taxi cruza el
puente sobre el río Tsang po, apaga las luces mientras el vehículo está sobre
el puente, nos quedamos alucinados, cuando salimos del puente las vuelve a
encender, no sabemos el motivo y no se lo podemos preguntar, solo habla chino.
Llegamos
al aeropuerto a las 7:15h, vamos a facturar pero todavía no han abierto, nos
tomamos un café en un puesto bastante cutre, al fin el mostrador se abre y
podemos facturar, pagamos el impuesto para salir del país y pasamos a la sala
de espera para embarcar, somos los únicos occidentales que no estamos aquí por
negocios, se nota por la ropa que visten algunos ejecutivos.
Más
tarde aparecen algunos viajeros con pinta de ingleses, aunque la mayoría son
chinos y nepalís.
A
la hora prevista embarcamos y al cabo de quince minutos estamos en el aire, a
lo lejos la gran meseta tibetana salpicada de manchas azules, llena de lagos,
al cabo de un buen rato aparece la cordillera del Himalaya, la sobrevolamos con
buen tiempo, la gran claridad del aire nos permite ver a grandes distancias ese
inmenso mar de montañas nevadas, es fantástico. En tres horas pasamos de Lhasa
a Kathmandú.
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