A las nueve, después de
un desayuno frugal, en un pequeño café, donde estuve escribiendo este cuaderno
con las últimas anotaciones de las visitas de ayer, me fui a una agencia de
viajes para comprar un billete de avión para ir a Sucre y otro para la Paz, la
gestión fue rápida, en cuarenta y cinco minutos salía hacia el aeropuerto, tomé
un taxi y en diez minutos el taxista me dijo que habíamos llegado a la
terminal. Era una pequeña construcción de no más de cincuenta metros cuadrados con
unos bancos frente a las ventanas donde
se veía la pista, al rato llega un avión, es un bimotor de hélices de la Fuerza
Aérea Boliviana, los pilotos y la azafata son militares, traen el correo, la
prensa y algunos bultos, en total somos cinco pasajeros que vamos a volar a
Sucre.
Lo cierto es que no
escarmiento, después de la avioneta de Perú, me subo a este cacharro para hacer
un vuelo de 15 minutos, pero no me apetece volver al autobús por la pista de
tierra, el vuelo se presenta movido, un pasajero se santigua y yo cruzo los
dedos al oír el rugido de los motores. Despegamos y me pongo a hacer fotos
desde la ventanilla, de repente el avión entra en un vacío y me di un trompazo
contra el suelo que había caído más de un metro. La azafata me dice que me
siente que vamos a tomar tierra.
No quiero mirar los
aviones del aeropuerto de Sucre, pues seguro que me toca uno de esos cacharros
para volver a la Paz.
Tomo un taxi desde el
aeropuerto al hostal Colonial, en la calle Bustillos 113, es bonito, tiene un
patio central que está bastante mejor que el Residencial Rosario.
He salido a dar una
vuelta por la ciudad, por el centro, y me ha gustado mucho, no tiene nada que
ver con lo que he visto hasta ahora en Bolivia, la ciudad es muy bonita, y
hasta la gente parece distinta, los edificios son de estilo colonial, todo muy
blanco y muy limpio.
Al mediodía fui a comer
a un pequeño restaurante, La Plaza, se llamaba, un almuerzo, que aquí es el
equivalente a nuestro menú del día, una pequeña ensalada, sopa de vegetales,
muy buena, y luego un filete con puré de papas y claro no puede faltar el
aguaji.
Desde el restaurante he
sacado algunas fotos de la gente que pasa por el descomunal jardín de la plaza.
Después de la siesta fui
a cortarme el pelo y a disfrutar de un afeitado a navaja a la antigua usanza.
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