Puerto Natales
2 de febrero.
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A las 11 de la mañana salimos hacia Puerto Natales,
punto obligado de paso para acceder a las Torres del Paine. Son 250 Km. de una
carretera que se anuncia en las guías como asfaltada, pero para
nuestro asombro solo lo está la mitad de la calzada en toda su longitud. Y así
ocurre que, al correspondernos en el sentido de la marcha la parte no asfaltada
y haber poco tráfico, nuestro chófer circula por la calzada
contraria. Cuando ve venir a alguien, rápidamente a la tierra, y como vamos a
70/80 Km./hora, y en el cambio de firme hay un escalón, los bandazos y derrapes
son preocupantes, hasta que nos convencemos de que el coche tiene buena
estabilidad y el conductor buenos reflejos. A partir de ahí, hasta lo
encontramos divertido.
Llegamos casi
cuatro horas después a Puerto Natales, ciudad que se advierte en expansión. Si
se exceptúa un núcleo reducido, en el que las casas están
unidas sobre calles no muy anchas, el resto son calles amplias y jardines, con
edificios aislados, muchos solares vacíos, y en algunos, alguna casita
de madera que pregona su provisionalidad.
Luce el sol, pero con un color plomizo, y hace un
frío intenso. Compramos pan, unas latas de conservas, y unas cervezas, y
hacemos unos bocadillos que tomamos recostados contra una pared que nos
resguarda del frío viento. Nuestra economía no está para más, hemos hecho
arqueo y hay que reducir gastos en los días que nos quedan.
Manolo y yo nos enteramos de que aquí hay
excursiones organizadas de tres días para ir a visitar el glaciar Perito
Moreno, y decidimos ir. Nuestro gozo en un pozo, ya que no hay plazas
disponibles hasta el domingo día 6, y nosotros hemos de volver a Punta Arenas,
lo más tarde el día 8, según lo convenido con la empresa a la que alquilamos el
bus. Nos resignamos, pero con el ánimo predispuesto para volver de nuevo a
Chile y Argentina y seguir visitando estas maravillosas y asombrosas tierras.
Cueva del Milodón
Reanudamos viaje y nos vamos a visitar la cueva del
Milodón, una de las ofertas turísticas de la zona, y que nos coge de paso hacia
el Paine. Hay que pagar para verla, y no merece la pena. Es lo que queda de lo
que debió ser una gran oquedad y hoy es una enorme depresión delante de la
cueva y por debajo de ella. La cueva en si debe tener unos 100 m. de largo,
unos 15 o 20 de altura y unos 30 de anchura con un aspecto sucio y polvoriento
en su interior. En la boca de la cueva una especie de gorila disecado, o
prefabricado, de más de 2 m. de altura, el Milodón.
Jaume, Vicen, Manolo y Toni.
Lo mejor de todo los alrededores, cubiertos de una
densa vegetación de lengas y ñires, y bajo los que acampamos para pasar la
noche. Hacemos una fogata, está permitido, y a su alrededor tomamos nuestra
cena: Media barra de pan y media lata de atún. Tenemos una lata grande por
persona para cenar y desayunar, por lo que nos emparejamos para abrir solo una
en cada comida. La grata tertulia alrededor del fuego se prolonga sin sentir hasta
muy tarde. Son las dos de la madrugada cuando nos metemos en nuestros sacos.
Junto a la hoguera, Mateo, JaumeMiquel, el notario, el capitán, Toni, Sebas y Manolo
3 de febrero
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Manolo y yo, que dormimos en la misma tienda nos
levantamos al amanecer. Casi todo el mundo duerme, y nosotros aprovechamos para
subir a la parte superior de la falla desde la que disfrutamos de unas
preciosas vistas. Al fondo una cadena de montañas nevadas, debe ser el macizo
del Paine, y bajo nosotros un mar verde formado por las copas de los árboles
bajo los cuales estamos acampados.
Bajamos a desayunar nuestra media lata de atún. La
gente sigue durmiendo, aunque no todos. Alguien - lo dejaremos en el anonimato
-, sin advertir nuestra presencia, ha cogido una lata entera de atún, se va
tras unos arbustos y agachado, como si estuviera cagando, - ¡ y la verdad es
que con su acción " la está cagando "! -, precipitadamente la
engulle. Nos quedamos boquiabiertos y decepcionados por la acción del que
consideramos un compañero, y le dedicamos sotto voce algunos epítetos, aunque
acordamos no decir nada a nadie.
Levantamos el campamento y continuamos viaje hasta
Cerro Castillo - otros 60 Km. de camino ripiado. Y polvoriento, podríamos
añadir -. El poblado de C. Castillo es la cabecera del municipio de Torres del
Paine, surgido en torno a una gran estancia, la de Tierra del Fuego, de la que
conserva su estructura, con grandes cercados y galpones. Hay oficina de correos
y teléfonos. Está a muy pocos metros del paso fronterizo con Argentina llamado
Rio D. Guillermo.
Y de pronto surge la desagradable sorpresa de algo
que nos impedirá hacer nuestro proyectado sendero en el Paine: El conductor del
bus habla con su patrona, y esta le ordena que vuelva inmediatamente a Punta Arenas. Así nos enteramos que el bus no es de la Agencia con la que contratamos,
sino subcontratado por ésta para nosotros. Y al parecer no le han pagado a la
dueña del bus.
Perdemos la mañana tratando de convencer a la
propietaria del vehículo de que nosotros somos ajenos a ello y que si hemos
pagado religiosamente lo convenido. Pero ni súplicas, ni amenazas, ni denuncias
- la hacemos en el puesto de la gendarmeria inmediato -, consiguen modificar la
decisión de aquella. Únicamente accede a volvernos a Punta Arenas, ya que en
principio pensaba dejarnos en Cerro Castillo.
Y entretanto, Juanan ha aprovechado para ir al
médico, ya que tiene las almorranas " alborotadas " a pesar de los
cuidados de Toni. Vemos unos gauchos galopar con seguridad y habilidad. Un
espectáculo real inédito, que solo conocíamos en el cine. Y los nativos, y
nosotros, vemos otro espectáculo: El Notario, sentado en un ribazo practicando
yoga, con las piernas cruzadas y los brazos extendidos, con los puños cerrados
y los pulgares extendidos hacia arriba.
Final del viaje al Paine, la entrada.
Comemos unos escuálidos y caros bocadillos en la cantina
del lugar, y subimos al bus resignados a volver. El chófer, por su cuenta, nos
lleva hasta la entrada al Parque Nacional de las Torres del Paine, declarado
por la Unesco en 1.978, reserva de la Biosfera. Cruzamos un puente, el de Las
Máscaras, sobre el río Las Chinas, y al remontar unas lomas vemos a nuestros
pies el lago Toro. Bordeamos el lago Sarmiento a continuación, y llegamos a uno
de los controles del Parque, el de Laguna Amarga, donde nos hacemos unas fotos.
Pero hasta el tiempo se ha puesto en nuestra contra: llueve. No llueve como
casi todos los días, sino que diluvia. Y así volvemos a P. Arenas, en una tarde
en que parece que el tiempo se haya querido unir a nosotros, poniéndose más
triste y gris que nuestro ánimo. ¡ Y menos mal que nos toca la parte asfaltada
de la carretera !.
El chófer da muestras de cansancio y Juanan le dice
que pare en un bar de la carretera. En el interior hay unos madereros - tienen
los camiones aparcados en el exterior cargados con enormes troncos - tomando
una copa. Uno de ellos al oírnos hablar e identificarnos como
españoles, se dirige a nosotros diciéndonos que tiene familia en España. Al
preguntarle que donde, dice: En un pueblecito que quizás no hayan oído nombrar, Pliego. Pliego de Murcia ?, le pregunto.
- Si. ¿ Lo conoce ?.
- Bastante. Soy de Murcia, y tuve en Pliego un tío sacerdote, con el que pasaba los veranos. ¿ Y quien
es su familia ?
- Francisco Toral....
- Lara, le digo antes de que pueda terminar.
Y su asombro no tiene parangón. Entonces le explico
que conocía a todos los hermanos, y que solía jugar con los menores, que eran
de mi edad, ya que éramos vecinos. Vivían frente a mi tío, en la misma calle. Le doy mi nombre y me entrega el suyo y
dirección para que se la dé a su familia, ¡El mundo es un pañuelo!, Si me
asombraba de estar pisando el Estrecho de Magallanes, no es menor mi asombro al
encontrar en el otro extremo del mundo a alguien vinculado con amigos de un
pequeño pueblecito de la geografía española.
Aprovechando un viaje a Pliego a recordar viejos
tiempos, unos meses después de finalizado el viaje, entregué a Paco Toral los
datos de su familia y le conté las circunstancias de nuestro encuentro.
Volvemos a la carretera y llegamos a Punta Arenas a media
noche, cansados y disgustados, pero con el firme propósito de " remover
cielo y tierra " para reivindicar nuestros intereses.
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