Cerro de Santa Lucía
7 de febrero
Otro día libre. A la noche
habrá cena en casa para los que quieran.
Jaume Miquel, Manolo y yo nos
damos un largo paseo, cuatro horas, por las grandes avenidas Irarrázabal, 10 de
Julio y O' Iggins. Subimos al Cerro de Santa Lucia, que es un magnífico, bello
y montuoso parque. Nos llaman la atención los carteles recomendando visitarlo
siempre de día y sin aventurarse por lugares solitarios.
Fue el lugar de acampada de
los primeros ciento cincuenta soldados españoles que llegaron a lo que luego
sería la capital de Chile, lugar que eligieron por su fácil defensa.
Este rocoso monte, posteriormente
fue refugio de maleantes hasta que Benjamín Vicuña Mackena, utilizando como
obreros a los presos de las cárceles, lo transforma en parque público. Inició
las obras en 1.872, y se terminaron en 1.904. Como homenaje a su creador, su
sepultura está en dicho parque.
Recorriéndolo admiramos la
Plaza Caupolican, que es un auditorio en el que se celebran
conciertos y representaciones teatrales en verano. Y la estatua de Pedro de
Valdivia, con las Armas de la Corona Española. También el cañón cuyo disparo
diario, marca las doce del mediodía en Santiago.
Antonio Skármeta, dice: "
Cerro de Santa Lucía, muy vegetal, donde se dan cita los amantes pobres ".
Y el poeta cubano, Nicolás
Guillén, lo describió así: "Cerro Santa Lucía, tan culpable en la noche,
tan inocente de día".
Cuando al mediodía volvemos al chalet,
encontramos al Notario solo. Le han gastado la jugarreta de dejarlo, sin
decirle que se marchaban, aprovechando que había entrado al water. En vista del
calor que hace, y de que comer a escote con el Notario no es rentable para los
demás comensales, lo hacemos en casa comprando cada uno lo que le apetece.
A última hora de la tarde van
volviendo los "fugados", con maliciosas sonrisas y envenenados
comentarios: ¡ Que bien hemos comido!. ¡Y que barato!. ¡Che, Juan!, ¿donde te
has metido esta mañana?. Te hemos estado buscando, y al no verte, nos hemos
ido.
Restaurantes del Mercado Central.
El Capitán nos prepara otra
suculenta cena aprovechando lo que sobró de anoche -nuestra economía está
bastante depauperada-. Tomamos un sabroso y abundante estofado que disipa el
disgusto del Notario en cuanto ve que puede repetir. Y repite. Después, unos
huevos rellenos, que me recuerdan los que hace mi mujer. Otra exhibición
culinaria y de economía doméstica del Capitán.
Tertulia que se prolonga hasta
las cuatro de la madrugada, ¡casi el amanecer!, por lo apasionante del tema. El
Cuñao suscita el tema de cómo alcanzar la felicidad. Y plantea la cuestión de
que sería muy fácil alcanzarla si el hombre fuera animal no racional, o sea, si
solo actuase instintivamente. Sostiene que al nacer un ser humano se produce
una involución, ya que es la racionalidad la que hace que ese ser sea infeliz.
Sostiene que el ser humano es el único animal que se suicida, y también, que es
una degradación de la naturaleza. He reseñado sus principales postulados,
porque la controversia es inmediata y diversa. Cuando nos vamos a dormir aún
sigue la discusión, dejando el tema pendiente para posteriores tertulias.
8 de febrero
Día de transición, de hacer
equipajes, de realizar las últimas compras, ya que mañana le decimos el adiós
definitivo a Santiago, aunque en mi interior es un "hasta pronto". Si
Dios me ayuda, quiero volver lo más pronto posible, a estos paraísos naturales
que solo he visto de soslayo, y que me han cautivado. Chile aún es naturaleza
virgen, y de una belleza extraordinaria, en buena parte de su territorio.
Quiero volver lo más pronto
posible por dos razones fundamentales: Una mi edad, 64 años son bastantes para
que en cualquier momento surja el achaque que limite, en mayor o menor grado,
mis posibilidades viajeras. Otra, el deterioro, la degradación de la
naturaleza, que la mal llamada civilización conlleva allá donde alcanza.
Siempre recordaré Viña del Mar, con su pestilente cloaca a cielo abierto entre
hermosos jardines junto al Casino, vertiendo y contaminando una buena zona de
playa en la cual, el habitual azul intenso del océano se ha convertido en un
pálido azul-amarillento.
Y por la noche la última
barbacoa a base de machas, mero y una tierna carne que vamos comiendo conforme
se van asando. La bebida, sangría y cerveza. El mero ha sido una concesión a
Manolo que anda con el estómago fastidiado, pero hay quien, con su provervial
apetito, entre trozo y trozo de carne da en el mero, y aunque hay bastante, le
tienen que decir que deje alguna rodaja para que pueda cenar el enfermo.
Hablamos con España. Yo lo
hago con Sole y ya le puedo decir la fecha de llegada, puesto que tenemos todos
los vuelos cerrados. Sin que me diga nada, saco la sensación de que ya se le
está haciendo larga la separación. Lo mismo nos ocurre a nosotros, a pesar de
todos los alicientes del viaje. Lo terrible es que ellas no se lo creen ni aún
jurándoselo.
Después, tertulia y los
últimos güisquitos, porque hasta éste se acaba.
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