9 de febrero
Al levantarnos, sacamos
petates a la calle y hacemos zafarrancho general del chalet. Queremos dejarlo
impecable, y que nuestra patrona no tenga motivos reales de queja. Bastante
tuvimos con las negociaciones del precio al llegar, y sobre todo con las más
recientes, al aparecer los estudiantes que lo ocupan durante el curso. Con
motivo de sus exámenes extraordinarios, habían hablado con la patrona - según
nos cuentan - por si tenía habitaciones libres unos días, y ella, suponemos que
pensando que estaríamos en la Patagonia, les había dicho que si. Al volver
nosotros antes de lo que pensábamos, se descubrió la desfachatez, y se lo
reprochamos, quizás con bastante más vehemencia de la debida.
Conforme ha ido despertándose la gente han
ido oyéndose epítetos de unos y carcajadas de otros, según el papel que les
había tocado en la noche. Resulta que la pasada noche, los de los güisquis se
encontraron con que al acabarse éste, aún tenían grandes cantidades de cubitos
de hielo, y no sabiendo que hacer con ellos, y en vista del tremendo calor que
hacía, caritativamente se dedicaron a refrescar las partes bajas de los
que dormían, desapareciendo rápidamente sin esperar a oír las " efusivas " gracias que les daban.
Manolo y yo nos hemos librado de ello. ¡Alguna ventaja había de tener la
veteranía en edad!.
A las 11 salimos hacia el
aeropuerto en "nuestra furgoneta", decimos adiós a Juanito, el
conductor, al que hemos cogido afecto, y a las 13'40 volamos hacia la capital
de Paraguay, Asunción. Llegamos a las 16 horas, con un espantoso calor húmedo,
dejamos en consigna los petates y nos vamos a la terminal de autobuses que es
un horno donde nos cocemos al fuego lento de un sol implacable que penetra
dentro del edificio a través de unos enormes ventanales, mientras negocian el
bus a Ciudad del Este, antesala de Iguazú. Dos larguísimas horas de espera, y
por fin, a las 18'30 salimos en un magnífico vehículo refrigerado, con azafata,
bar, water, y sobre todo unos amplios y reclinables asientos que permiten
dormir bastante bien.
En los primeros Km., la
carretera discurre por los arrabales de Asunción. Humildes casitas, casi todas
de una planta, construidas con diversos materiales, abundando paredes y techos
de onduladas uralitas. Y a la puerta, sus moradores, buscando en la noche que
se inicia, algo de fresco, sentados alrededor de mesitas. Unos juegan a cartas,
otros beben no sabemos qué, y otros ambas cosas. O simplemente charlan mientras
se pasan mugrientos pañuelos por sus sudorosas caras y cuellos.
Desaparecen las edificaciones
y la carretera se vuelve sinuosa y con un firme bastante deteriorado. En la
noche no podemos verla más allá de lo que alcanzan los faros, pero "la
sentimos" en los bandazos y balanceos que da el bus. Ante tal panorama lo
mejor es dormir. Y lo hacemos casi todos hasta que nos avisan que estamos
llegando a Ciudad del Este. Son las 12 de la noche, casi seis horas de viaje.
Nos cayó una tormenta tropical
De la ciudad, solo vemos
calles delimitadas por bordillos y con hierbas en lo que algún día serán
aceras. No hay edificaciones hasta que llegamos a la estación de autobuses. A
partir de aquí, de vez en cuando hay alguna edificación, a lo sumo de tres
plantas.
Como a lo largo del viaje
hemos confraternizado con azafata y chofer, se ofrecen de cicerones y nos
llevan a cenar a un restaurante que es una especie de choza sin paredes. Solo un techo de paja
soportado por postes de madera. Cenamos carne asada, buena de sabor, pero
bastante dura. También nos orientan en cuanto a alojamiento, limpio y barato.
Capitán, Jaumet, Notario, y Jaume Miquel deben estar más boyantes, porque se
marchan a un hotel. A propósito, yo creo que entre los que nos quedamos debe
haber alguno más "con posibilidades", pero han preferido aportarlo al
fondo común, muy depauperado y necesitado, antes que dilapidarlo en comodidades
individuales.
Nuevo callejear, los nueve en
dos taxis, por calzadas sin edificaciones, hasta que llegamos a una zona en la
que hay chalecitos y un edificio de tres plantas que es la pensión. Tomamos dos
habitaciones, y como no hay literas para todos, pues a las esterillas a los que
no "les tocan aquellas”, aunque con la compensación de poder dormir en los
balcones, donde parece que es más llevadero el insoportable calor húmedo que
tenemos. La humedad se palpa en todo aquello que toques, pues estamos, no lo
olvidemos, al borde del río Paraná.
Ciudad del Este,
originariamente llamada Puerto Presidente Stroessner, es un importante paso
fronterizo con Brasil. Está situada en la margen izquierda del río Paraná. Fue
fundada en 1.957, hace apenas siete lustros, y su desarrollo debe ir bastante
lento sobre lo planificado, a juzgar por las numerosas cuadras aún vírgenes de
edificación.
10 de febrero
Tal como habíamos quedado
anoche, Vicent y yo nos levantamos a las cinco de la madrugada para ir a
contratar un servicio de bus o taxis que nos lleven a las cataratas, y que
mientras tanto, los demás puedan seguir descansando. Yo también estoy bastante
cansado, pero la hermosura del amanecer, viendo desde el balcón salir el sol
sobre el río, me compensa del esfuerzo y me da ánimos.
Vamos andando -hay que
ahorrar- hasta la Estación de Buses, donde negociamos unos taxis. Contratamos
tres, a 18 dólares USA por persona. Anoche nos pedían 50 dólares/persona. Esto
nos confirma que en todos los viajes sin tarifas fijas, hay que regatear, y si
para hacerlo se tiene en el grupo un maestro en ello, como es Vicent, mejor que
mejor. Había que verlo frente a los ladinos taxistas mientras yo, admirado y
divertido a la vez, disfrutaba con las ofertas y contraofertas de los pícaros
taxistas, que se miraban asombrados entre ellos mientras iban cediendo ante la
habilidad de Vicent. En el viaje se incluye también una visita a la central
hidroeléctrica Itaipú.
Cuando llega el resto del
grupo nos ponemos en marcha hacia Iguazú. Pasamos a Brasil por el Puente de la
Amistad, sobre el río Paraná. A la entrada del puente, la aduana paraguaya, y
en el otro extremo, la brasileña. No hay trámites aduaneros, y los agentes de
la parte paraguaya mas parecen delincuentes que otra cosa. Sin uniforme, en
zapatillas, con los faldones de las camisas colgando.... . Los brasileños, por
lo menos van uniformados, aunque su función, al parecer, solo sea decorativa. Los andenes del puente
son una riada humana cargada de bultos y paquetes en ambas direcciones. Nos
dicen que hay un gran negocio de compraventa de aparatos electrónicos a precios
muy asequibles.
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