10 de febrero
Una vez en Brasil, la
carretera hasta Foz de Iguazú discurre entre una gran masa arbórea de un verde
intenso y brillante, y sobre las 10 horas estamos en una gran explanada que
bordea la falla de las cataratas. Es un inmenso parque con muchos andenes entre
la espesa arboleda, en la que revolotean muchas mariposas con una llamativa
policromía en sus alas. Y también unos simpáticos coatíes que, familiarizados
con las personas, se dejan acariciar mientras esperan cualquier golosina. Han
aprendido a cogerlas de bolsillos o equipajes. Jaume Miquel lleva una pequeña
mochila que deja un momento en el suelo, pero lo suficiente para que una
graciosa familia de ellos -uno grande y varios pequeñitos- metan sus zarpas en
los bolsillos de aquella y se lleven unas barritas de chocolate, desapareciendo
raudos entre la espesura.
El estruendo de las cataratas
llega a donde estamos sobreponiéndose a la algarabía que producen motores,
radios y personas. Empezamos a bajar expectantes, por los senderos y pasarelas
que serpenteando descienden hasta el pie de aquellas. Ya el sendero te cautiva
con sus túneles y puentes entre la exuberante vegetación, que por otra parte,
quita la sensación de vértigo, pues descendemos por una pared casi vertical. En
algunas curvas del sendero hay miradores desde los que tenemos ya vistas
parciales de este prodigio de la naturaleza que es Iguazú.
Las cataratas fueron
descubiertas por un español, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, en el año 1.541. Su
informe a la Corona decía: ".....la corriente del Iguazú era tan fuerte
que las canoas fueron arrastradas violentamente río abajo, pues cerca de este
punto hay una cascada considerable, y el ruido que hace el agua al descender
por algunas rocas grandes hacia el abismo, puede ser escuchado a gran
distancia, y el vapor sube dos lanzas de alto y aún mas, cerca del salto. Fue
necesario, por lo tanto, sacar las canoas del agua y cargarlas a mano hasta
pasar la catarata, a una legua con ardua labor...... . La descripción revela el admirable espíritu
de aquellos hombres. Ni una mínima concesión a la belleza, grandiosidad, etc..
Solo la aséptica descripción de la dificultad.
Es evidente que los indígenas
guaraníes y sus antepasados las habrían conocido durante milenios, con leyenda
incluida. Según ésta, el origen de las cataratas tuvo lugar cuando un guerrero
indio, Caroba, se escapó por el río en una canoa con una bella joven india,
Naipur. De esta joven estaba enamorado el dios de La Selva, que montando en
cólera hizo que se hundiera el lecho del río delante de ellos produciendo una
cascada por la que cayó Naipur, que quedó convertida en una roca al pie de la
misma, mientras a Caroba lo convirtió en árbol antes de caer, y desde arriba
mira eternamente a su amada.
Los orígenes geológicos son
menos apasionados. El lecho del río Iguazú es basáltico, y en el punto donde el
río de lava se detuvo durante las conmociones geológicas del secundario, formó
un brusco escalón de más de 70 m. de altura, por el que se desploman las aguas
del río Iguazú, afluente del Paraná. Entre 2.000 y 5.000 metros cúbicos por
segundo caen por numerosas cascadas, formando el conjunto las famosas cataratas
del mismo nombre, de más de 2.000 m. de anchura.
Cuando llegamos abajo, al borde
del río, y vemos el conjunto de cataratas, nos quedamos mudos, nadie habla,
todos absortos intentando captar la inmensidad del espectáculo que nos brinda
la naturaleza. Es indescriptible, o por lo menos yo me siento incapaz de
expresar palabra, frase o párrafo que refleje lo que veo. Me siento muy pequeño
ante tal grandiosidad.
Nos dirigimos a las pasarelas
que hay instaladas sobre el lecho del río y que permiten acercarnos a diversas
cascadas. Nos envuelve una nube de agua pulverizada que se va haciendo más
densa cuanto más nos acercamos al fondo de la pasarela. Desde el final de ésta
podemos oír el sobrecogedor rugido de la Garganta del Diablo, pero solo ver su
parte superior. Hacemos fotos y volvemos a la orilla. Mientras el Grupo
curiosea, vuelvo otra vez al final de la pasarela, prendido en la inmensidad de
lo que veo por primera y quizás por única vez. Allí estoy, inmóvil, insensible
al agua pulverizada que me va calando. Como dice el poeta, "mudo, absorto
y .....-casi- de rodillas, porque allí se siente la presencia de Dios. Hasta
que me llaman, porque hemos de marcharnos. Volvemos al parque en el ascensor.
Desde la terraza de salida del mismo volvemos a admirar las cataratas en toda
su extensión y grandiosidad, así como al pie del ascensor hemos podido
"casi tocar" la cascada más próxima a él.
Volvemos a los coches y nos
vamos al complejo hidroeléctrico de Itaipú. Cuando llegamos, lo que vemos es un
inmenso mar cuyos límites se pierden de vista: Es el embalse de Itaipú, mar
artificial de 1.350 Km. cuadrados de superficie y 220 m. de profundidad máxima,
sobre el río Paraná. Esta a su nivel máximo de embalse, tirando agua por los
aliviaderos. La Central hidroeléctrica es del tipo de pie de presa, con 18
grupos generadores de ¿ 700 ? MVA. La tensión de generación es de 18 KV., y
transportan a 545 KV.
Al construir el embalse,
dentro de la zona inundada desaparecieron las cataratas de Sete Quedas, más
grandes y espectaculares que las de Iguazú. Las referencias que tengo de ello
provienen de una enciclopedia antigua, y dice que " eran las mas grandes
del mundo en función de su caudal, 13.300 m. cúbicos por segundo, sitas sobre
el río Paraná, en Brasil, y de 40 m. de altura. Siempre en función del caudal,
coloca las de Niágara en tercer lugar, y en sexto las de Iguazú con 1.750 m. cúbicos de caudal y 72 m. de
altura ".
Nos llevan a una sala de
proyecciones, donde vemos un interesante documental de la C. H.. Durante la
proyección, nos habíamos sentado en distintas filas. De pronto, en las filas
inmediatamente delante de nuestro grupo, la gente empieza a levantarse haciendo
expresivos gestos, y casi simultáneamente nos llega a los de atrás un denso y
nauseabundo olor. Alguno de los nuestros se ha pegado una "bufa" que
huele a cieno, pero el que sea no se mueve, y los demás, por solidaridad,
tampoco, y reímos con gana, aunque también sentimos un poco de vergüenza.
Al terminar la proyección nos
llevan en autobús a una explanada encima de los aliviaderos. El volumen de agua
que vierte es tal y con tal velocidad, que en vez de deslizarse, se eleva sobre
el final del aliviadero describiendo una gran parábola en la que juega la luz
del sol produciendo múltiples y cambiantes iridiscencias, cayendo luego al
vacío en un atronador estruendo. Nuevamente en el autobús, nos pasean por la
coronación de la presa y por el pie de ella, donde vemos las dieciocho enormes
tuberías que alimentan a las turbinas.
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