Desde las 23 horas de ayer,
hasta las tres de la madrugada de hoy, en que nos disponemos a subir al bus, la
espera se ha hecho muy larga. Hemos dado cabezadas, leído, y cuando ha pasado
la tormenta, paseado por los andenes, disfrutando de un hermoso cielo
estrellado. Subimos al bus, que es como el que nos trajo, y nos quedamos
dormidos hasta que es de día, ya en las afueras de Asunción. En autobuses
urbanos, ya no tenemos ni para taxis, llegamos hasta el mismo aeropuerto.
Entretenemos la espera hasta la salida del vuelo mirando tiendas y viendo,
desde una terraza, el despegue y aterrizaje de aviones y avionetas. Hay un gran
movimiento de estas últimas.
Retiramos de consigna nuestro
equipaje, sacamos de él ropa adecuada para el frío de Madrid, y facturamos. En
la aduana hemos de pasar un control antidroga. Un simpático cocker olisquea
todo nuestro equipo de mano. Pasamos a la sala de espera, y poco después
embarcamos en un limpio avión de la Varig brasileña, que es la que se hizo
cargo de nuestros billetes al quebrar LAP. Despega puntualmente, a las 14'45.
Volamos entre nubes tormentosas y cielos limpios. En los claros, vemos allá
abajo verdes tierras y grandes ríos serpenteando en la llanura. Hacemos escala
en Foz de Iguazú, aterrizando a las 15'30 en medio de una gran tormenta que
zarandea al avión de lo lindo, mientras algunos parece que quieren arrancar los
brazos de sus asientos.
Despegamos a las 16'20. En
este tiempo ha pasado la tormenta, y abajo, lejos, se localizan las cataratas
por la nube de agua pulverizada de la Garganta del Diablo, las "dos lanzas
de alto de Cabeza de Vaca".
Volamos hacia Sao Paulo,
inmensa ciudad que sobrevolamos a baja altura durante bastante tiempo, lo que
nos permite apreciar la variedad de edificación sobre un terreno muy ondulado:
de chalets a rascacielos, de chabolas a lujosas mansiones. Aterrizamos a las
17'45. Transbordamos a un enorme avión que va a Londres, con escala en Río de
Janeiro, donde desembarcamos. Desde aquí volaremos directamente a Madrid.
Entretenemos la espera
paseando por las inmensas salas de este gran aeropuerto, y nos divertimos
viendo al Notario hacer yoga. Del divertimento participan el resto de pasajeros
de la sala, ya que hay una posición en la que se coloca cabeza abajo con brazos
y piernas en cruz. E impasible a los comentarios más o menos cáusticos.
Por fin embarcamos en otro
enorme avión, el de la vuelta a España. En estos grandes aviones apenas se
advierte el momento de despegue ó aterrizaje. Notamos que nos movemos, pero yo
advierto que estamos en el aire, cuando veo por la ventanilla las luces del
aeropuerto y ciudad alejándose rápidamente allá abajo.
Y empezamos a constatar la
suerte que hemos tenido al volar con la Varig. La cena magnífica, el personal,
todo, no solo las preciosas azafatas, atento y agradable, y los asientos
amplios y con la suficiente separación entre filas para poderlos abatir y
dormir bien. Esta noche no hay güisquis ni tertulia. Estamos cansados y poco
después de cenar nos acomodamos para dormir.
Me despierta la luz del día y
el trasiego a los aseos, mientras las azafatas nos preparan un suculento
desayuno servido con tanta amabilidad como la cena de anoche.
Nos acercamos a Madrid. A las
11'25 aterrizamos tan suavemente como despegamos, y tras los trámites aduaneros
nos encontramos con Agustín, el primo de Juanan, que nos espera, no sé si con
el mismo bus, pero si con el mismo chofer, que nos mira intrigado y nos
pregunta que nos ha pasado. - Nada, ¿por qué?. -Porque estáis muy delgados.
Agustín asiente con la cabeza.
Nos llevan a Chamartín, donde
están los padres de Jaumet esperando. Pasan un rato con nosotros hablando del
viaje y se marchan muy contentos con su hijo. ¡Quien me iba a decir que era la
última vez que los vería!. Poco tiempo después morirían, los padres, en un
trágico accidente de coche entre Altea y Calpe.
Tenemos hambre, pero hemos de
administrarnos bien para poder tomar todos un bocadillo. O mejor dicho, casi
todos, ya que hay alguno al que hay que poner coto, porque teniendo dinero,
está dispuesto a comer, pero no a pagar.
A las 16 horas salimos en
Talgo hacia Alicante. El viaje se hace interminable. Todos estamos impacientes
por llegar. Por fin, unas cuatro horas después, llegamos, y bajamos rápidamente
para encontrarnos con la familia. A mí ha venido a recogerme Pedro Nimes. Como
no tengo ningún familiar a quien abrazar, ello me permite observar los
encuentros de mis compañeros con los suyos. Abrazos, besos, y lágrimas de
alegría, pero sobre ese denominador común, me quedan grabados dos flases: Uno
es Laura, la mujer de Manolo, corriendo con los brazos abiertos hacia su
marido, ciega para todo lo que no sea él, al que, como no le gusta parecer
efusivo, avanza impasible hacia ella. El otro es Toni, andando con Alicia y su
hija Sara cogidas a su cintura, y en sus hombros, a horcajadas, la pequeña
Marta, que con una expresión de orgullo y alegría a la vez, acaricia la cabeza
de su padre.
Cojo mi equipo y digo
adiós a todos, aunque nadie se da cuenta de nada, absortos en sus afectos. Y
con Pedro llego a casa un rato después. Sole se abraza a mi y reclina su cabeza
en mi pecho.
Fin del relato de Mateo Pérez Aranda
El equipo por edad
Mateo
Manolo
Andrés
Juanan
Vicen
Miguel Angel
Sebas
Jaume
Jaimito
Este recorte de prensa fue el final de un viaje que hizo grandes amigos a gente que no se conocía apenas y fortaleció las amistades que ya existían, a todos nos cambió algo en nuestro interior este viaje que nos hacía fuertes y frágiles, alegres, tristes, nostálgicos, emocionados, eufóricos, pero siempre sabiendo que a tu lado tenías a alguien, que en los momentos difíciles, era capaz de dejar todo por ti.
Juanan.
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