viernes, 20 de enero de 2017

EN RUTA HACIA LHASA




Emprendemos el viaje hacia Shigatsé, el sol ya calienta las colinas, aunque el fondo del valle aún esta en sombra, dejamos Nyalam y continuamos subiendo, al cabo de unos kilómetros paramos junto a una pequeña aldea para ver la cueva de Milarepa, un santo tibetano que vivió en el siglo X, una pequeña gompa guardada por un lama que pese al intenso frío lleva un brazo al descubierto, nosotros teníamos mas frío solo de verlo.
Haciendo el mínimo esfuerzo para volver al coche, subimos la cuesta con lentitud, pues nos falta el aire en cada paso que damos, el sol ya nos daba, pero no sentimos su calor, no calentaba aquel duro paisaje de montañas peladas con unas cuantas casas con sus terrazas repletas de combustible para poder pasar el duro invierno que cada vez está mas cerca.
Seguíamos ascendiendo, el paisaje desértico nos acompañaba, pero la gama de colores ocres y marrones era desconocida para nosotros.


Cueva de Milarepa.

Como el firme de la pista es bueno, Tsonam pisa el acelerador y llegamos a los 60km/h, nos dirigimos al paso de Lalung-la, un puerto de montaña a 5050m, cuando llegamos allí arriba el sol luce con tanta fuerza que casi hace daño, el día es esplendido, hace un poco de viento y bastante frío, pero esto no nos impide disfrutar de unas vistas maravillosas de la cordillera del Himalaya.
Hacia el sudeste, vemos el Shishapagma, el mas pequeño de los ochomiles, pues solo los supera en doce metros.


Shishapagma

El Everest no podemos verlo desde aquí, pues a nuestra izquierda tenemos muy cerca el Labuji-Kang de 7367m que tapa la vista por ese lado. La cima del Lalung-la está coronada por varios mástiles muy altos desde donde cuelgan cientos de banderas de oración que reparten al viento las plegarias para que lleguen a todos los seres vivientes.
Después de hacer unas fotos continuamos el viaje hacia Gutsuo, en chino (Kutso), una pequeña aldea a 4400m, allí paramos a comer en un refugio de viajeros. Tiene un patio en la entrada donde dejamos el coche, el interior es una sala cuadrada con bancos forrados de tela en todo el perímetro, varias mesas bajas y una estufa, a la izquierda está la cocina, desde donde nos acercan dos termos de té tibetano, al fondo unos pequeños ventanucos nos ofrecen una vista del río Phung- chu, que discurre mansamente entre gravas, la anchura de la rambla es de más de cien metros.
El conductor, Tsonam, se junta con otros conductores y les sirven una fuente con carne hervida sin caldo que ellos comparten con una conversación distendida, nosotros comemos Tugpa, la sopa de verduras con algo de pasta que nos sabe tan buena. Toni y yo tomamos té tibetano, tcha-sumá, Alicia también lo prueba, pero Mari se niega, le dan arcadas solo con el olor.

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