Emprendemos
el viaje hacia Shigatsé,
el sol ya calienta las colinas, aunque el fondo del valle aún esta
en sombra, dejamos Nyalam
y continuamos subiendo, al cabo de unos kilómetros paramos junto a
una pequeña aldea para ver la cueva de Milarepa,
un santo tibetano que vivió en el siglo X, una pequeña gompa
guardada por un lama que pese al intenso frío lleva un brazo al
descubierto, nosotros teníamos mas frío solo de verlo.
Haciendo
el mínimo esfuerzo para volver al coche, subimos la cuesta con
lentitud, pues nos falta el aire en cada paso que damos, el sol ya
nos daba, pero no sentimos su calor, no calentaba aquel duro paisaje
de montañas peladas con unas cuantas casas con sus terrazas repletas
de combustible para poder pasar el duro invierno que cada vez está
mas cerca.
Seguíamos
ascendiendo, el paisaje desértico nos acompañaba, pero la gama de
colores ocres y marrones era desconocida para nosotros.
Cueva de Milarepa.
Como
el firme de la pista es bueno,
Tsonam pisa el acelerador y
llegamos a los 60km/h, nos dirigimos al paso de Lalung-la,
un puerto de montaña a 5050m, cuando llegamos allí arriba el sol
luce con tanta fuerza que casi hace daño, el día es esplendido,
hace un poco de viento y bastante frío, pero esto no nos impide
disfrutar de unas vistas maravillosas de la cordillera del Himalaya.
Hacia
el sudeste, vemos el Shishapagma,
el mas pequeño de los ochomiles, pues solo los supera en doce metros.
Shishapagma
El
Everest
no podemos verlo desde aquí, pues a nuestra izquierda tenemos muy
cerca el Labuji-Kang
de 7367m que tapa la vista por ese lado. La cima del Lalung-la
está coronada por varios mástiles muy altos desde donde cuelgan
cientos de banderas de oración que reparten al viento las plegarias
para que lleguen a todos los seres vivientes.
Después
de hacer unas fotos continuamos el viaje hacia Gutsuo,
en chino (Kutso), una pequeña aldea a 4400m, allí paramos a comer
en un refugio de viajeros. Tiene un patio en la entrada donde dejamos
el coche, el interior es una sala cuadrada con bancos forrados de
tela en todo el perímetro, varias mesas bajas y una estufa, a la
izquierda está la cocina, desde donde nos acercan dos termos de té
tibetano, al fondo unos pequeños ventanucos nos ofrecen una vista
del río Phung- chu,
que discurre mansamente entre gravas, la anchura de la rambla es de
más de cien metros.
El
conductor, Tsonam,
se junta con otros conductores y les sirven una fuente con carne
hervida sin caldo que ellos comparten con una conversación
distendida, nosotros comemos Tugpa,
la sopa de verduras con algo de pasta que nos sabe tan buena. Toni y
yo tomamos té tibetano, tcha-sumá,
Alicia también lo prueba, pero Mari se niega, le dan arcadas solo
con el olor.
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