Un
poco antes de llegar a Lhasa,
está Chutsu,
en el cruce de carreteras que conduce al aeropuerto de la ciudad,
situado a unos ochenta kilómetros del centro, aquí también se unen
el Tsangpo
y el Lhasa he,
o río de Lhasa.
Muy
cerca ya de Lhasa,
Tsonam hace
una parada frente a unas imágenes talladas en la piedra de la ladera
de la montaña, al lado unas pintadas borradas al estilo de los
viejos tiempos de la dictadura, que no entendemos pero intuimos.
El
Potala
aparece a lo lejos, esa imagen que había visto tantas veces en
libros y revistas, ahora estaba delante de nosotros como un
espejismo, pero era de verdad, estábamos en la mítica ciudad de
Lhasa,
en el Tíbet.
Tsonam
nos lleva al hotel Yak
en el barrio de Barkor,
en el centro de la ciudad antigua, nos instalamos en una habitación
doble con baño, el techo era una pasada, sobre las vigas tenía una
especie de cañizo, donde cada caña estaba pintada de un color,
repitiendo un patrón, era precioso, la cama era de madera trabajada
con gran profusión de detalles de gran calidad, el baño tenia agua
caliente, y el precio estaba muy bien pese a ser una de las más
caras del hotel. Nuestro compañero de viaje, Claudio, se instalo en
una habitación compartida de cuatro o de ocho.
Dejamos
nuestras cosas y bajamos a la recepción para pedir un taxi,
queríamos ir a toda prisa a las oficinas de China Southwest Airlines
para cerrar el vuelo de vuelta, la chica del hotel nos apuntó en un
papel una frase en chino y tibetano, por si nos perdíamos, que
decía: Por
favor llévenos al hotel Yak, Gracias.
Después
de una larga espera, conseguimos la vuelta para el 23 de noviembre a
las 9:00.
Nuestra
prisa se debía a que este era el último vuelo de la temporada, y si
lo perdíamos tendríamos que volver otra vez por la carretera que
vinimos, con el riesgo que hubiese nieve en los puertos por donde
teníamos que cruzar.
Como
ya era tarde fuimos a comer al primer restaurante que vimos cerca de
las oficinas de la compañía aérea. La experiencia fue total, pues
la carta solo estaba en chino, por lo que tuvimos que pedir a ojo,
Mari y Alicia entraron en la cocina, vieron los platos y pidieron,
uno de ellos, un guiso con patatas no pudimos comerlo de lo que
picaba.
Cuando
estábamos comiendo entró en el local un joven monje, y el
propietario no le dejó pasar, fue un momento tenso, pues le echó
con malos modales, no volvimos a ningún restaurante chino en el
tiempo que estuvimos el Lhasa.
Por
la tarde fuimos a dar un paseo por la plaza donde estaba el templo de
Jokhang,
había mucha gente, los puestos del mercadillo tenían de todo,
fruta, carne, frutos secos, telas, etc, cuando te cruzabas con la
gente te miraban con atención y te lanzaban una sonrisa de oreja a
oreja, parecía que conocíamos a todos los que se cruzaban con
nosotros en la ciudad.
Fuimos
a cenar con Claudio el argentino, nos llevó a un tugurio para
turistas que recomendaba la guía Lonely Planet, allí se reunían
los occidentales, mochileros que llegaban a Lhasa,
hacían comida parecida a la occidental italo-americana, no nos gustó
nada, además estaba bastante sucio, restaurante
Tashi se llamaba.
Los
turistas guía en mano son un fenómeno curioso, acuden todos a los
mismos lugares, atraídos por los cantos de sirena de las guías, así
pues aprendí dos cosas, no volver a ningún restaurante chino, y
alejarnos de los tíos con una guía en la mano, con esto no quiero
decir que las guías no sean útiles, pero también hay que tener
algún criterio y no ir por ahí obcecado por la guía, nosotros
fuimos a restaurantes tibetanos, y bueno, a probar cosas nuevas,
todos tenían la carta en ingles y nos fijábamos en su estado de
limpieza.
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